El secuestro de una escuela entera en la ciudad de Beslán (Osetia del
Norte) a manos de un numeroso comando checheno, con más de un millar
de rehenes, desembocó ayer en un baño de sangre tras un mare mágnum
de infierno, bombas, disparos, sangre y colegiales huyendo semidesnudos. El
saldo es más que pesado: más de dos centenares de muertos (entre ellos 27
secuestradores), más de 600 heridos, muchos de ellos niños, así como la fuga
de varios de los asaltantes. El desenlace de esta pesadilla, que se ha visto
en directo por televisión, con un número de secuestrados mucho mayor que el
admitido el miércoles, puede afectar a la credibilidad del presidente ruso
pese a la solidaridad y la aparente comprensión internacionales. Vladímir
Putin tiene en Chechenia un cáncer que amenaza con extenderse al resto de la
frágil área caucásica de la Federación Rusa y a las naciones
limítrofes.
Huelga decir que ningún secuestro está justificado. La
selección del objetivo, un colegio con sus alumnos, profesores y familiares,
muestra la desesperación, la inmoralidad y el sadismo de unos fanáticos, que
no tuvieron reparo en disparar contra algunos de los niños cuando pretendían
escapar despavoridos, les suprimieron los alimentos y la bebida y hacinaron
en un escaso y sofocante espacio a más de un millar de personas durante al
menos 54 horas. Ya fue palpable su falta de escrúpulos cuando en 1996
ocuparon un hospital en el sur del país con un saldo de un centenar y medio
de muertos.
No queda del todo claro qué pudo precipitar el asalto por parte de
las unidades de élite rusas. Puede no resultar inverosímil la tesis de que
esta vez el Gobierno de Moscú no tuviera intención de recurrir a la fuerza,
a diferencia de lo que sucedió en el tristemente famoso atentado en un
teatro de Moscú, en octubre de 2002, cuya liberación terminó con la
muerte de 129 rehenes y 41 secuestradores gaseados por la policía.
Putin había prometido como máxima prioridad preservar la vida de los
secuestrados y agotar la negociación. Puede que sea un argumento válido el
que todo se desatara con la confusión que produjo la retirada de algunos
cadáveres de víctimas del primer día del secuestro y la huida de varios
rehenes, o alguna explosión accidental. Tampoco es incoherente pensar que
eso sirviera de excusa para una estrategia de asalto previamente planeada
por las autoridades, aunque resulta un tanto paradójico decidir la operación
a plena luz del día. En cualquier caso, la misión de rescate ha sido un
desastre y ha puesto en cuestión la escasa capacidad de las unidades
antiterroristas rusas y la pésima organización logística del rescate, como
prueba que muchos de los heridos tuvieran que ser trasladados en coches
privados ante la falta de ambulancias.
Cuando llegó al poder en 1999, Putin aseguró que acabaría con los
secesionistas chechenos por las malas más que por las buenas. Tal política
ha sido un fracaso rotundo. La situación es ahora mucho peor que antes y la
actual escisión del movimiento separatista checheno no facilita una pronta
solución. A pesar de que pueda haber militantes árabes entre los
secuestradores, resultaría demasiado simple sostener, como ha dicho estos
días el inquilino del Kremlin en plena campaña de atentados, que Rusia se ha
convertido en blanco de Al Qaeda y del terrorismo internacional para
explicar la inestabilidad en el Cáucaso. Pues así obvia lo que sí es una
realidad: la incapacidad de las autoridades rusas para satisfacer las
reivindicaciones de sus minorías.
El presidente se ha negado a cualquier mediación internacional en el
conflicto al estimar que la crisis chechena es un asunto puramente interno,
aunque es una novedad que haya recurrido en esta ocasión al Consejo de
Seguridad de la ONU para buscar una condena al feroz secuestro. Este último
crimen deja al país más frágil y con una mayor sensación de inseguridad. Es
una certeza que el drama checheno no se resuelve con atentados salvajes,
pero tampoco con la permanencia del Ejército ruso en la república
secesionista y menos todavía mediante los abusos contra los derechos humanos
de la población civil.